Rutas de senderismo

La suavidad del paisaje que vierte sus contornos hacia la cota de altitud más escondida por donde corre el río, convierte estos parajes de La Vecilla en un mundo de perspectivas lentas, dulces, inéditas.
Es un terreno ajeno a las competiciones y el sudor. Es una invitación a los paseos demorados, tranquilos, donde el fulgor del verde desemboca en el agua, las lomas redondeadas se puntean de bosques y pequeñas aldeas. No hay trochas de fiereza, sino abiertas cañadas, caminos de herradura y recovecos vegetales que se dibujan entre las huertas de varias siegas.
Paisaje ameno, por lo tanto, apto para los pies, la bicicleta de montaña, a que los técnicos llaman BTT, o los caballos. Aquí se avista, por ejemplo, un escuadrón de álamos, un robledal que asciende la cota diminuta que amojona los términos, una espadaña del románico leonés presidiendo las casas, la línea recta donde se inicia el páramo, dulcificada por el frescor de las praderas.
Y así, en esta inexistencia de los topónimos impactantes, comunes más arriba, podemos señalar, no sin esfuerzo, varias propuestas a lo que debe ser un senderismo personal libremente elegido hacia los cuatro puntos cardinales.

Ruta núm. 1 .- Panorámica de La Vecilla.

Viene descrita en los manuales, y discurre por amplias pistas de reforestación, y por lo tanto de muy escasa dificultad. Va flanqueada, por el norte, de los impresionantes accidentes del Cueto Ancino y la Peña Valdorria, visibles en todo momento, lo que da contrapunto al paso sosegado de esta excursión.

Arranca en el mismo pueblo de La Vecilla, cruzando el casco urbano hacia el barrio de la Estación, en dirección a Campohermoso. En este punto adoptamos la descripción de la Guía Turística editada por la Mancomunidad : “Cruzamos la carretera a la altura del paso a nivel de FEVE, y tomamos a la izquierda un camino que cruza más adelante el Arroyo de Aviados. Por buena pista ascendemos a través del Valle de Remuñón, hasta un amplio cortafuegos que hay a nuestra izquierda y tomamos ese ramal hasta encontrar la encrucijada de caminos en la cota 1.275 metros. Desde allí tenemos una excelentes vistas del municipio de La Vecilla y la Cordillera Cantábrica, al fondo. Volvemos a girar a la izquierda por el Camino de Pengaos, que desciende directamente a La Vecilla”.

Las coordenadas de esta ruta, que mantiene siempre a la vista el río Curueño en su huída hacia el sur, son, por lo tanto, las siguientes : La Vecilla > Campohermoso > Camino de Las Corollas > Collado de Tres Pandos > Camino de Pengaos > La Vecilla.
Son 9,740 kilómetros, con un desnivel total de 263 metros, y recomendable en todo tiempo, cuya belleza y serenidad rescata al río su apelativo del “Olvido”.

Ruta núm. 2 .- Ruta de la Pluma.

Se denomina así por ser una excursión que pasa lista a los cuatro pueblos del municipio, en que florece esta singularísima industria de la cría de gallos de pluma para la pesca.
Ya hemos hecho mención a la inexplicable cualidad de este epicentro, cuyo vértice parece situarse en La Vecilla. Los pueblos circundantes (La Cándana, Campohermoso y Sopeña, que forman parte del municipio, más Aviados, Otero, Ranedo y Valdepiélago), participan de esta inusual virtud de convertir las plumas de los gallos en una mágica irisación. Más adelante de estos dominios, las plumas regresan a la opacidad habitual, pierden tersura o mimetismo, se confunden en la vulgaridad de la planicie, abandonando lo singular que las convierte en tan apreciadas.

Ruta, pues, de homenaje a hombres, pueblos y gallos, que enriquece el paseo por estas márgenes de chopos y sebes vegetales con un motivo imprevisible: El canto de los gallos al amanecer, la industria avícola única en el mundo donde la pluma es más apreciada que la carne, una luz encendida en la escasez de actividades económicas de estas fronteras.
Su trazado se inicia, asimismo, en La Vecilla. Toma el Cordal de Las Corollas desde donde se admira la división de valles que encajonan el Torío al oeste, y el Porma al este, arropando al Curueño que corre paralelo por el centro del valle.

Unos kilómetros más adelante, en lo alto del monte, se abre a la izquierda el viejo Camino de Labaseco, que conduce a Sopeña, pueblo más meridional del municipio. En Sopeña hay que admirar, entre otras cosas, los restos de La Nogalona, árbol totémico que preside la aldea. Luego se torna al norte, para cruzar La Cándana, sin olvidarse del homenaje que tiene allí La Dama de Arintero, con dos escudos heráldicos y otros aditamentos a la leyenda. Un poco más y ya llegamos a La Vecilla, al punto de partida.
Son, en total, 20,0 kilómetros de ruta, que necesitan toda una tarde para los pies, con solo 2,0 kilómetros de asfalto, entre La Cándana y La Vecilla. Casi cuatro horas, si la realizamos en bicicleta o a caballo. En realidad, un universo de naturaleza, historia y cultura, que no es posible aislar de los vaivenes del camino.
Una visión rural cuya belleza nos acompañará durante años.

Ruta núm. 3 .- Travesía a Lugán.

Participa esta propuesta de parte del paisaje del vecino municipio de Vegaquemada, perteneciente asimismo a La Mancomunidad del Curueño, pese a estar situado en la ribera media del Porma.

Es, por lo tanto, unidireccional, pues tiene su salida en La Vecilla y punto de llegada en el pueblo de Lugán. La excursión es un excelente motivo para observar el dibujo del páramo, en la confluencia de los dos municipios que comparten el Cordal del Valle de Carabedo.

Su longitud alcanza los 15,0 kilómetros, y unos escasos 188 metros de ascenso y 250 de descenso nos indican la suavidad de la marcha y el hecho de que Lugán se sitúa algo más bajo que La Vecilla.
Toda la ruta se circunscribe a la parte sur de la Calzada Romana, aún visible en algunos tramos, y sigue la dirección siguiente : La Vecilla > Sopeña de Curueño > Camino del Valle de Carabedo > Lugán.

No tiene pérdidas ni desperdicios. Solo dejarse llevar por la untuosidad del paisaje que vierte a los dos ríos hermanos, su fondo vegetal lleno de vida con las especies típicas de este terreno donde se sueldan monte y llano, pájaros, flores, hongos, fuentes y todas las posibles gradaciones del verde.

No resulta imposible avistar, aún hoy en día, una bucólica pradería llena de vacas en reposo, un carro rebosante de hierba que pasa el río, el brillo esquivo de la guadaña cercenando los tréboles. Son, dice el poeta,“recuerdos que cruzan dentro de mí”.