Historia

El pasado no escrito

Resulta complejo y hasta pretencioso trazar un bosquejo histórico del territorio, que cubra en pocas líneas sus más importantes vicisitudes.

Sería necesario disponer para ello de un espacio más amplio del que permite esta ocasión. Retroceder hasta el Neolítico, visitar los asentamientos humanos más primitivos, como la “Cueva Dos hermanos”, de Arintero o la explotación del cobre por los pueblos indígenas en la zona de Tolibia de Abajo. El sabio jesuita Eutimio Martino debería ilustrarnos sobre los significados precisos de la toponimia anterior a la historia, como el Río Labias, como Llamazares, o el mismo nombre de Lugueros, de la raíz céltica Lug. ¿?
La cultura castreña pobló de asentamientos multitud de cerros, donde la vegetación abatió muros y empalizadas, cegando los orígenes. Los castros del territorio son incontables y continúan sin aflorar. Sus pobladores fueron los cántabros o astures, en todo caso, solar de pueblos ya adelantados a la historia y asentados aquí desde una época inmemorial.

Llega el lenguaje

Luego llegaron los romanos, en el inicio de la era cristiana. Dice Estrabón que fue difícil la convivencia con los indígenas, fortificados en las montañas, y “sin el auxilio del idioma“.
Su hacha invasora taló y quemó los bosques, en el mítico territorio que bautizaron como Arbolio, origen del actual nombre de Los Argüellos. De ello vuelve a dar fe la toponimia: la raíz ´busto´ o ´quemado´ prolifera en sus los municipios. Así ´Bustarquera´ en Valdelugueros, o ´Bustifer´ en La Vecilla…
Los romanos trajeron lengua y tecnología de las que aún somos subsidiarios. Diseñaron caminos, tendieron puentes… Aún se conservan, como por un milagro, calzadas verticales y horizontales debidas a su genio constructor.
De todas ellas es admirable la Calzada llamada de ´La Vegarada´, ya citada en uno de los itinerarios de Antonino. Sube hasta el puerto del mismo nombre, enlazando la meseta con Asturias, y en su camino cruza los tres municipios de la Mancomunidad, vadea el Curueño a través de hermosísimos puentes y pontones y vertebró durante siglos el territorio, con sus peraltes, contrafuertes y tallados en roca viva. Aún es posible contemplar muchos de ellos, a partir del que se alza en Valdepiélago. Nombres tan míticos como el puente de ´Los Verdugos´, o del ´Ahorcado´, el del ´Llano Nevero´, el pontón de ´Villarías´ o el casi desconocido de la ´Vega de Coruñón´.
Junto con estas y otras obras civiles, los romanos aportaron lengua y derecho, cuyo legado nos insertó ya para siempre en la civilización occidental.

Los siglos oscuros

Son muy escasos en el territorio los vestigios de los pueblos bárbaros asentados en España a lacaída del imperio romano, salvo la posible fundación del castillo de Aviados, por el noble visigodo Gundemaro.
Es asimismo poco perceptible el paso de los árabes por estos valles, más que por las consabidas leyendas de sus tesoros escondidos, el romancero popular y algunos rastros toponímicos, que los historiadores tienden a considerar como mozárabes.
Parece indiscutible, sin embargo, que ningún conquistador consiguió un dominio total sobre los pobladores de estas montañas, atrincherados en sus reductos. Ello hizo posible la pervivencia de costumbres y modelos de vida ancestrales, perpetuados hasta hoy.

Donde la libertad es ley

Es en la época medieval donde debemos detenernos un poco más.
La reconquista resultó ser un periodo crucial para la montaña cantábrica, al actuar durante siglos de tampón entre la débil monarquía asturiana fundada por Pelayo y el poderío musulmán. Los reyes dotaron al territorio con una red de castillos, torreones y monasterios, la creación de nuevos poblados que se detectan por la toponimia, y la concesión de fueros y cartas-pueblas.

Pueden citarse, en este apartado:

  • los castillos de San Salvador, Montuerto, Peña Morquera y Mesmino, que – junto con el de Aviados – defendían todo el territorio del Curueño.
  • Los torreones de La Vecilla y Lugueros (éste derruido durante la guerra civil)
  • Las Casonas señoriales de Barrio de Nuestra Señora, La Vecilla o Lugueros.
  • Una impresionante red heráldica, aún presente en los edificios de la zona.
  • La etapa medieval dio a los habitantes de las cabeceras de los ríos un ´status´ imprevisto: El de depender exclusivamente de la corona, no quedar sujetos a señorío alguno, y adquirir la condición generalizada de nobleza. Estas prerrogativas serían para ellos un continuado timbre de gloria, y mucho más tarde, ya en la etapa de los catastros del siglo XVIII, exhibirán sus credenciales de territorios de realengo y ausencia de pecheros entre su vecindario.

La Vecilla y Santa Colomba de Curueño no tienen zona montañosa, y a lo sumo algunas lomas de modesta elevación. Esa circunstancia las diferenció de los municipios del norte, también en las vicisitudes históricas
En la presentación de la Mancomunidad ya hemos ofrecido un bosquejo de las dependencias jurisdiccionales de los diversos municipios, durante la Edad Media. No trazaremos aquí el cuadro completo de su evolución a lo largo del tiempo, pues el tema excede el ámbito de esta página web.
Julia Miranda estudió los castillos y despoblados. María del Carmen Orejas y Pio Cimadevilla, autoridades en heráldica, estudiaron todas las labras del territorio.

La historia es ahora proyecto de futuro

La edad moderna merece un rápido comentario, a tono con el esquematismo de estos datos.
El fin del antiguo régimen supuso para el territorio la extinción de su sistema ancestral de organización comunal, basado en las Ordenanzas y el Concejo Abierto. La homogeneización del país no resultó ventajosa para la zona, y sus pueblos perdieron su antigua prestancia.
A finales del siglo XIX se generalizó aquí el fenómeno de los Arrieros, que cumplieron una función distributiva de gran valor y escaso reconocimiento.
En los inicios del s. XX tomaron su relevo los Indianos, que de forma generalizada partieron hacia América, en una segunda colonización.
La riqueza generada por estas epopeyas revirtió en los pueblos de origen de los emigrantes, ocasionando en ellos un último esplendor. Se levantaron iglesias, escuelas, fuentes y hasta casinos públicos con las remesas de ultramar.
Luego acaeció el tristísimo fenómeno de la guerra civil. Todos los pueblos al norte de las Hoces quedaron devastados, sus casas derruidas y su memoria histórica calcinada. Un hachazo del que a duras penas pudieron recuperarse.
Finalmente asistimos al fenómeno de la despoblación, que según afirman los sociólogos es irreparable. Sus efectos son visibles en el abandono de los cultivos, en el olvido de los aperos, las herramientas y la organización de la vida rural, sin que los poderes hayan acertado a poner en pie alternativas para estas pérdidas.

Así se resumen veinte siglos de historia del pasado. Un cierto aroma de fatalismo parece flotar por encima de estas realidades. Pero la situación no es tan funesta:
El futuro está abierto, y puede ser conquistado. En ello trabajan ahora mismo los hombres de estas tierras, con la tenacidad que los hizo célebres. Buscan en la cultura, en las artesanías y en el turismo sus propias raíces, un nuevo reto ilusionante que les devuelva protagonismo y los integre en la corriente de la historia.

Las brasas del pasado son tan solo una chispa donde encender el porvenir.