Hablar de tradiciones en los valles del río Curueño equivale a hablar de su propia concepción de la vida. Los usos y costumbres siguen aquí las pautas recibidas desde generaciones, y ni siquiera las influencias de la más delirante modernidad han conseguido abolir estas herencias, aunque ahora se usen nuevas tecnologías, hábitos importados, otros recursos.
El territorio defiende, se diría, con este aprecio por cuanto recibió del pasado, el último reducto de libertad y autonomía, ahora sujeto a un acelerado proceso de uniformización.
Porque los actuales sistemas de valores – fama, riqueza, notoriedad, poder – no han conseguido sustituir, pese a su atractivo, a los códigos éticos en que se fundaba la convivencia en estas comarcas, su armonía y estabilidad. Forma de vida fundamentada en un sistema de autarquía, casi vecino a la pobreza, y sin embargo más enriquecedor que la actual opulencia de las sociedades de consumo, en tantas ocasiones profundamente insolidarias.
Sobre este planteamiento, tan a contracorriente, pero observado ya desde el siglo XIX por el sociólogo de Canseco, D. Elías López Morán, se explica esta querencia de las gentes de la comarca por sus antiguas tradiciones.
- Sirena Heráldica – Ambasaguas
- Ganado – Vegarada
- Torno – Redilluera
- Ajuar Religioso. La Mata de Curueño
Querencia que no significa dar la espalda al progreso, y mucho menos ignorar la evolución tecnológica y sus beneficiosas consecuencias. Por el contrario, desde la aceptación de lo que hay de positivo en dicha evolución, lo que subyace en la comarca es un respeto por el legado de sus mayores, el íntimo rechazo a que todo deba ser abolido, por inútil o inconveniente. Las tradiciones ancestrales, aunque desdibujadas o muy difíciles de mantener por la despoblación, el envejecimiento y el desarraigo de no pocos vecinos, se abren camino todavía en la conciencia de la gente, como un valor insustituible, que no debe en modo alguno ser arrinconado.
Solo de modo esquemático trazaremos un cuadro del ancestral sistema de vida de estos valles, y los últimos restos que configuran sus tradiciones. Un esfuerzo de síntesis donde seguramente quedarán sin mención muchas parcelas de este tesoro de nuestras raíces.
La antigua vida comunal
Se fundamentaba en un meticuloso código de comportamiento, al que se adherían todos los vecinos, mediante un completo manual de normas agrícolas, ganaderas y de costumbres, complementario al entramado administrativo y legal del conjunto del país.
Sus bases estaban definidas por las Ordenanzas. Todos los pueblos las tenían, aunque la mayor parte de ellos las perdieron. Podemos reconstruir su contenido a partir de las conservadas en Cerulleda, o Lugueros.
Recientemente se han publicado las de Pardesivil, que sirven de referencia para un territorio típico de ribera, que en el momento de su redacción pertenecía a un Concejo de Señorío Civil, y no de Realengo. Como rastro de la antigua organización comunal que ha llegado hasta hoy, se registra la tradición de ´las suertes de la leña´, o sorteo del tajo de tala de árboles, que aún está vigente en los pueblos del municipio de Santa Colomba de Curueño.
La vida diaria venía además marcada por las decisiones tomadas en el Concejo abierto, institución más democrática que ninguna otra de las actuales, que se anotaban en el Libro de pueblo, y se publicaban en El Acuerdo.
Aún quedan muchos pueblos de la zona en que se celebran los Concejos a toque de campana, sobre todo en verano, cuando la población aumenta.
Los trabajos de interés general se realizaban mediante prestación comunitaria. Así la Espalada, la Hacendera y La Mata, o corte de leña en común. Hoy día ya no resultan necesarios estos penosos trabajos.
La Vecindad era una condición muy ventajosa, que daba todos los derechos de la comunidad a sus poseedores, por lo que estaba muy regulada.
Sobres estas bases de gobierno de los pueblos se edificó durante siglos el edificio de sus tradiciones, muchas de las cuales se demostraron tan eficaces y convenientes que no han sido mejoradas al día de hoy.
Utensilios, trabajos y usos
Es necesario mencionar el inagotable repertorio que pivota alrededor del año agrícola y ganadero, propio de la comarca.
Todo su ancestral sistema de vida giraba en torno a las labores tradicionales, – la siembra, la hierba, las cosechas, el riego, el abonado – de las que se halla en extinción hasta su propio vocabulario. Nos han quedado, sin embargo, múltiples destellos de sus aperos, utensilios y herramientas.
Un vecino de Redilluera, en el municipio de Valdelugueros, ha tenido la sensibilidad de ir recuperando durante años una muestra de estos objetos entrañables, testigos de los trabajos antepasados. Son varios centenares, y su esfuerzo titánico tiene, aunque él ni siquiera se lo haya propuesto, un evidente efecto didáctico.
En su casa de piedra de Redilluera se organizan con mimo toda una colección de utensilios de la agricultura y la ganadería tradicionales: Vasijas, pregancias, cepos, candiles, telares, cardas, gabitos, devanadoras, hociles, gasiapos, bieldos, manales, horcas, hoces, heminas, celemines, yugos, trillos, husos, ruecas, trébedes, barajones, panderos, botijas, carrancas, carros, forcaos, carreñas, hornos o vasares … un diccionario casi exhaustivo de los inventos populares, un auténtico muestrario de adaptación a la autarquía.
Es la belleza de lo autóctono, la llamada de la tradición. Su recogida no implica un ufano desprecio por lo obsoleto, sino el respeto que le es debido a un sistema de vida que nos precedió, durante incontables generaciones. Respeto que no contradice ninguna norma de la modernidad.
El proyecto del Municipio de Valdelugueros para instalar en dos de sus edificios ahora vacíos (antigua Casa del médico y molino de Lugueros) un Museo Histórico, en el que la Etnografía ocupará una importante Sala temática, apunta en esa dirección: La necesidad de recoger, restaurar y valorizar los antiguos elementos de la autarquía, como base para explicar procesos, la propia vida del hombre en el territorio.
La Mancomunidad poseerá así, uniendo la iniciativa privada a la institucional, un monumento tangible a la memoria.
Otros elementos de la vida tradicional
Es notorio el interés creciente por recuperar la indumentaria tradicional de cada municipio. Valdelugueros investigó en su pasado para rehacer su traje de fiesta tradicional, y una réplica perfectamente confeccionada se exhibe en su edificio de Usos Múltiples. Pueblos como La Mata de Curueño o Pardesivil han recuperado asimismo su ropa de fiesta tradicional, que utilizan sobre todo en las celebraciones patronales de carácter religioso.
Estamos, por tanto, en condiciones de trazar un mapa completo de la indumentaria tradicional del territorio; asunto nada baladí ante el olvido de que este tema había sido objeto durante muchos años.
Finalizamos esta apresurada incursión refiriéndonos al mágico trabajo de la hila, a que nuestros mayores denominaron ´Filanderos´, ´Hilorios´, o simplemente ´Hila´.
Alcanzaron aquí hasta la guerra civil, y sus consecuencias en el romancero, el cancionero, las leyendas, los cuentos y todo tipo de tradiciones entroncadas con la oralidad fueron incalculables. El trabajo de inventariar, valorizar y rescatar el espíritu y los contenidos de aquellas laboriosas reuniones vecinales está aún pendiente de realizar.
Para resumir este apartado, merece decirse que pocas comarcas en la provincia de León y aún en toda España tuvieron una vida tradicional más rica que la de esta Mancomunidad.