La historia de Valdeteja, único poblado de todos Los Argüellos con categoría de Villa, requiere ser contada con extensión y detenimiento.
Al igual que Valverde de Curueño, durante mucho tiempo no perteneció a la Hermandad de Los Argüellos: Fue cedida por los reyes leoneses al obispado de León, junto con todas las propiedades del monasterio de San Pelayo de Tejedo, en los dominios del Cueto Ancino. Compró su jurisdicción al rey Felipe II, en un momento en que lo hicieron otros muchos pueblos, y se convirtió en “señor de sí mismo “, con el título de villa, bajo la única autoridad del rey. En el período constitucional, pasó a ser Ayuntamiento propio, con los pueblos de Valverde y La Braña, y solo al final del siglo XX se integró en el municipio de Valdelugueros, tal como lo vemos hoy.
Todas estas vicisitudes jurisdiccionales, que importan sobre todo a los estudiosos, ¿cómo fueron posibles ?.
A esta pregunta resulta fácil contestar: porque los muchos puertos merineros de que dispone Valdeteja, desde la etapa medieval, le aportaban anualmente fondos de enorme cuantía, por cuya causa fue uno de los pueblos con mayores ingresos de toda la provincia de León. Ello le permitió, ya en el año 1583, comprar su libertad, junto con La Braña.
La segunda pregunta es la siguiente. ¿Pertenece Valdeteja a los Argüellos?
Algunos estudiosos lo ponen en duda. La conclusión necesita ser matizada y analizada, teniendo en cuenta varios parámetros:
Lo es por geografía, ya que se halla enclavado en pleno territorio del primitivo Concejo de Arbolio. No falta, incluso, quien sostiene que los seis jueces del Concejo se reunían para dictar justicia en la Collada de Valdeteja, a la que identifican como la Collada del Coto. Ambas denominaciones son erróneas, pues la collada que separa las cuencas del Torío y el Curueño, entre Genicera y Valverde, debe llamarse en propiedad la Collada de Ubierzo.
Lo es también por historia, ya que el Concejo de Arbolio abarcaba, en principio, todo el territorio al norte de La Vecilla, de donde se segregó al conceder los reyes al obispo de León todas las posesiones de los monasterios de Valdecésar, junto a Valdorria. Estas vicisitudes fragmentaron el territorio de Arbolio, en cuanto a sus órganos de gobierno, en tres realidades: La Encartación del Curueño, Valdeteja y Los Argüellos, con sus tres Tercias.
Decimos, por tanto, en este largo exordio, que Valdeteja es un pueblo de Los Argüellos, que durante algunos siglos gozó de un estatuto privilegiado de ser “señor de sí mismo “, lo que de hecho lo independizó del gobierno de la Hermandad.
Estos datos históricos explican por qué Valdeteja no figura en el Becerro de Presentaciones de la catedral de León, pues en la época que se realizó dicho inventario el pueblo pertenecía al Obispado, como toda la Encartación del Curueño. Por tanto el derecho de presentación de sus párrocos era del propio obispo, y no resultaba necesario relacionarlo.
Dejamos ya esta incursión en la historia, solo necesaria para clarificar las versiones que la ignorancia o la comodidad considera como hechos probados.
De aquel esplendor, cuando el pueblo destinaba más de mil reales del siglo XVIII para las luminarias del Santísimo, no queda más que el orgullo latente de sus habitantes, que se saben sucesores de un noble pasado. La trashumancia se extinguió, como parte importante de la ganadería del país, y sus puertos de Bucioso y La Braña, Caubella, Las Cangas, Valcaliente, La Venta o el mítico bosque de Tejedo, las majadas donde pastaban las veceras del pueblo…son territorios de barbecho.
En la preguerra, el pueblo tenía Ayuntamiento, escuela, tres molinos de harina y uno pisón, dos caleros, telares de lana, lino y sayal: todos los elementos de la autarquía, heredados desde la etapa bajomedieval estaban presentes en su rica vida comunitaria.
La guerra asestó un duro golpe a Valdeteja. Se quemó el pueblo, incluida su iglesia, que se alzaba en lo alto, junto al cementerio. Su parroquia celebra ahora la festividad de Nuestra Señora, el día 15 de agosto, como muchos otros pueblos de la zona.
Se quemó, sobre todo, la memoria y la tradición. Desaparecieron los antiguos legajos jurisdiccionales, se clausuró el filandero, la ronda de mozos, la perfecta organización comunal… y aun así merece la pena pasear sus calles, observar las arcadas de casas solariegas, las labras heráldicas casi borradas por las ventiscas, ver cómo el pueblo resiste vivo y emprende una nueva andadura.
La herrumbre de la historia lo golpeó, pero no ha conseguido abatirlo.