Si en Redipuertas hablamos de agua y geografía o en Valdeteja de historia, en Villaverde de la Cuerna debemos hablar de soledad.
Un invisible limo de silencio se abate sobre este altísimo poblado de piedra y viento (sus 1.420 m. de altitud lo convierten en el techo de las tres Tercias de Arbolio), y la gasa de soledad con que se cubre al voltear el otoño, hace que sus puertas se clausuren, las ventanas se atranquen, la piedra se contraiga. Villaverde se queda sola, o quizás un vecino resiste allí el embate del cierzo o de la nieve, y durante los meses del silencio, solo el recuerdo pasea aquellas callejas donde antaño la ronda de los mozos despertaba dulcísimos sentimientos.
Hasta las luces del verano parecen transmitir una idea de provisionalidad, de tiempo clausurado, aunque antiguos vecinos regresan por unos días de otros horizontes y rememoran en su solar de piedra la belleza imperecedera de este enclave de altura.
En Villaverde las lavanderas entonaban con singular cadencia los cantos alusivos a la famosa Dama de Arintero. El pueblo tenía los servicios comunitarios propios de la autarquía: Escuela, molino situado sobre el Reguero Fargas, caleros, fuentes y las veceras de ganado que pastaban sus inabarcables puertos de montaña. Dos montes comunales que se adentran hasta frontera con la Puebla de Lillo, ´La Llama´ y ´Canto Salguero´, o el ´Abesedo´ y ´La Cuerna´, que caen hacia Tolibia de Arriba.
El monte de La Cuerna prestó su nombre al pueblo, según lo apunta el Becerro de la Catedral de León, relacionando su parroquia como ´Sant Miguell de La Corna´. Y lo certifica la toponimia, al dejar memoria en el catastro del paraje de altura de ´Valdicuerna´.
Está a cinco kilómetros de Lugueros, ascendiendo al nordeste y celebra fiesta el diez de agosto, en honor a San Lorenzo. Por una vez la actividad se torna desusada, se arman los bolos y las callejas parecen renacer de entre la niebla del silencio.
La soledad del monte solo se siente interrumpida por las esquilas de ganado, un tropel de yeguas que retozan entre las hierbas finas, el oxígeno como recién nacido o restaurado, a la par de su iglesia que el incendio y la guerra no consiguieron abatir.
Aún preside el pueblo su fuente de aguas fresquísimas, extrañamente cantarinas, que cuenta las horas noche y día en este pueblo del altofrío.
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